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La desdichada vida de Tristán Hidalgo

  Conocido como Tristán el valiente, para unos pocos, y como Tristán el cobarde, para otros muchos. Para su madre, en cambio, siempre fue Tristán. Tristán Hidalgo, en honor a su abuelo, que no a su padre. Vivía en un pequeño piso, un tercero sin ascensor, ubicado en un barrio del extrarradio de Barcelona, cuyo nombre nunca me dijo. Pero de Barcelona ciudad, insistía siempre, como si aquello fuese motivo de orgullo. La primera vez que le vi fue a finales de los noventa; allá por el noventa y ocho, puede que antes. Era una mañana fría como pocas hay ahora, en la que el aliento se condensaba al salir del cuerpo y se formaba una vaharada que ascendía hasta disgregarse por completo o fundirse con las nubes allá en lo alto, lo cierto es que nunca me fijé. En quien sí reparé fue en Tristán Hidalgo, un tipo de lo más peculiar, vaya si lo era. Vestía unos pantalones militares —moda casual nada habitual en aquella época— un sombrero de fieltro y una camiseta de manga corta, para que vean. Llev

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